"Sí se Puede"

ORDEN DE PREDICADORES


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Sábado 20 de Noviembre 2010
Resurrección, motivo para vivir

Palabra de Dios
Dice San Pablo: Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación.
Romanos 10,9

Oremos
Oh Dios, fuente de vida: Tú nos has creado para la vida, el amor y la alegría. Mantén viva nuestra esperanza de que tu amor fiel tendrá la última palabra y de que la vida vencerá a la muerte porque tú has resucitado a Cristo de entre los muertos. Danos una fe inquebrantable en que tú nos resucitarás con él; y haz que esta convicción sea nuestra fuerza cada día de nuestra vida. Amén.

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Viernes 19 de Noviembre de 2010
Resurrección, plenitud de Amor

Palabra de Dios
Dice el Señor: Yo os amo como el Padre me ama a mí; permaneced, pues, en el amor que os tengo.
Juan 15,9

Reflexión
Resucitar es experimentar la plenitud del amor que Dios nos tiene. ¡El amor no pasa nunca! La pasión de Dios por nosotros no será diluida por la muerte. Morir no es para nosotros un límite insuperable, sino una frontera, un paso hacia el Misterio del Amor que nos espera, de la Belleza que anhelamos pero nunca fuimos capaces de imaginar, de la Bondad más intensa e íntima.
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Jueves 18 de Noviembre 2010
Resurrección, fidelidad de Dios

Palabra de Dios
Dice San Pablo: Puedo deciros que Cristo vino a servir a los judíos para cumplir las promesas hechas a nuestros antepasados y demostrar así que Dios es fiel a sus promesas.
Romanos 15,8

Reflexión
Creer en la resurrección es creer en la fidelidad de Dios. Si Dios es fiel, ¿cómo va a abandonarnos después de la muerte? Aquí en la tierra se juega sólo el primer tiempo; ¡queda un segundo tiempo, que es la gran posibilidad de la VIDA! Hacer un primer tiempo bien es garantizar un final feliz.
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Miércoles 17 de noviembre de 2010
Resurrección, historia de salvación

Palabra de Dios
Dijo el cuarto hermano martirizado: Acepto morir a manos de los hombres, esperando las promesas hechas por Dios de que él nos resucitará.
2 Macabeos 7,14

Reflexión
Nuestra fe nos dice que la resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza.  Para nosotros, creyentes, el tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. Es necesario valorar nuestra vida pues en ella se juega la eternidad. La esperanza cristiana nos lleva a hacer historia: historia de salvación.
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Martes 16 de noviembre de 2010
Resurrección, plenitud del hombre

Palabra de Dios
Dice el Señor: Cuando los muertos resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán, sino que serán como los ángeles que están en el cielo. Y en cuanto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído que Dios mismo dijo: Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob? ¡Y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos!.
Mateo 22, 30-32

Reflexión
Al resucitar seremos íntegramente hombres, alma y cuerpo, pero nuestra vida no estará ya sometida a la condición histórica. Tiempo y espacio se superan. El hombre entero vivirá en la condición de los ángeles, porque nuestra misma dimensión corpórea quedará penetrada y transformada por el Espíritu de Dios. Oremos por la persona del difunto no solo por su alma.

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Lunes 15 de noviembre de 2010
Resurrección, plenitud de vida

Palabra de Dios
Porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados. Pues nuestra naturaleza corruptible se revestirá de lo incorruptible y nuestro cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad.
1 Corintios 15, 52-53

Reflexión
Nuestra fe nos dice que el ser humano resucitará en su integridad. Hay una continuidad innegable entre el hombre histórico, que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. Resucitaremos nosotros que hemos pisado esta tierra, que hemos amado, que hemos hecho el bien…. No en las mismas condiciones sino transformados en Cristo.
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Domingo 14 de noviembre de 2010
Resurrección, felicidad, alegría y amor

Palabra de Dios
Dice Jesús: Yo soy la resurrección  y  la vida. Los que creen en mí vivirán, y los que viven y creen en mí nunca morirán.
Juan 11, 25-26

Reflexión
Nosotros los cristianos creemos que nuestro Señor Jesús resucitó de entre los muertos y vive para siempre. En consecuencia con esto está nuestra fe, en que después de nuestra muerte nosotros también  resucitaremos a una nueva vida. Somos el pueblo de un Dios de vida. Somos el pueblo que espera un futuro infinito de felicidad, alegría y amor.

Fraternalmente,

                  Fr. Eduardo González Gil, O.P. 
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Octubre 23 - 30° Semana del Tiempo Ordinario - Verde 
El publicano y el fariseo
Por: Fray José Ma. Prada Dietes, O.P.
Desde un principio el Señor manifiesta el motivo de esta parábola: porque  “algunos que teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Aquí el Señor nos traza el retrato de los fariseos orgullosos y prepotentes, que siempre lo seguían para criticar sus predicaciones y sus actuaciones.
Los fariseos estaban seguros que eran los amigos incondicionales de Dios, que le agradaban en todo y daban por descontado su derecho a entrar al reino de Dios. Así como tenían plena confianza en sí mismos, despreciaban a los demás, que según ellos, no podían invocar los mismos méritos. Por su manera de pensar y de obrar, se constituían en medida y criterio para juzgar a los demás. Al condenar a los demás, se condenaban a sí mismos porque como dice el Señor., “Con la medida que midiereis seréis medidos”.
Pero el Señor no intenta solamente condenar la actitud del fariseo; él pone el ejemplo de un hombre soberbio y orgulloso de su tiempo y de todos los tiempos. Así, al contemplar el retrato del fariseo, nos damos cuenta que en el hombre religioso de hoy, hay una actitud farisaica persistente, que es muy difícil de extirpar. Y es que como dice san Agustín, la soberbia, ese pecado capital, se mezcla siempre en las cosas buenas para viciarlas y corromperlas ( Regla ).
El publicano y el fariseo entran a orar al templo; el fariseo de pie, como todo judío (Lc 12, 26), con una actitud arrogante, se pone de frente a Dios, como desafiándolo. Lo que dice en la oración, muestra su estado de ánimo, su manera de pensar y  su convicción de hombre justo, santo. En su acción de gracias se hace patente, por un lado, la obligación que tiene Dios de escucharlo y por otra, el desprecio por los demás: “Yo no soy como ese publicano que está ahí a la entrada. Yo observo estrictamente la ley y además, la supero: ayuno dos veces por semana (lunes y jueves), doy el diezmo aún de lo que no estoy obligado: por compra de trigo, de mosto y del aceite”. Él sobrepasa el límite de la ley. Como desprecia a los demás, se cierra a Dios; como es autosuficiente, no necesita de Dios y mucho menos, de los demás. Aquí aparece siempre el “YO” y Dios pasa a segundo término. Esto no es oración; es una alabanza de sí mismo.
El publicano, al contrario, es un ser aparte, un segregado, un repudiado por los buenos, como pecador público y tiene conciencia de su condición de pecador; se queda lejos, no se atreve siquiera a levantar sus ojos porque no soporta la mirada del Dios santo. La oración del publicano  consta de muy pocas palabras: “Ten misericordia de mí porque soy un pobre pecador”. El publicano solo espera en la misericordia de Dios y en ella pone toda su confianza. El tenía un corazón contrito y humillado y por eso es escuchado por Dios.
¿A cual de los dos escuchó Dios su oración? ¿Quien fue perdonado? ¿Quien salió justificado del templo? Oigamos lo que dice el Señor: “El publicano salió justificado, no así  el fariseo, porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
El salmo de la misa manifiesta perfectamente la actitud  que debe tener el orante delante de Dios: “Misericordia, Dios, mío, por bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias”.



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